Continuando con la serie dedicada
al concepto de humanismo y, más concretamente, a la existencia de una humanitas
y la posibilidad de ella. Abordamos ahora el período conocido como Modernidad.
En este blog ya nos encontramos con una entrada dedicada a este período (La
modernidad. La era del humanismo tecnológico y la crisis existencial. En Julio
de 2.012). Por su gran extensión y para continuar el orden establecido veo necesario
re-escribir. Ya que esclarecerá y dotará de sentido al recorrido histórico
que estoy siguiendo en torno a la cuestión de la humanitas y su relación con la Historia
de la filosofía humanista.
Foto obtenida de: http://fc07.deviantart.net/fs32/i/2008/232/2/7/Atomium__Brussels_II_by_Andrei_Joldos.jpg |
La modernidad supone, lo que
podríamos denominar un “hito lógico” en la historia de la humanidad. Hito
porque llega al culmen del desarrollo intelectual humano. Del que aún seguimos disfrutando en la actualidad. Aquel que
toma como modelo a la racionalidad científica y su metodología que busca el rigos y la exactitud mesurable en todas sus investigaciones. Lógico porque supone
la conclusión necesaria a los modelos iniciados en los períodos anteriores -ya analizados en este blog-. Y, sobre
todo, el último de ellos, el ilustrado[1]. Ya que
dicho modelo entiende, al igual que los anteriores, que lo definitorio del ser
humano es el conocimiento racional y la educación que este trae consigo. Pero
ahora, se va a dar primacía a un tipo de razón cuyos conocimientos no tienen
que ver con la ética ni con la metafísica. Ni siquiera tendrá que ver con la
sociedad o el ordenamiento político y legislativo de esta. Nos referimos a un
saber que sólo nos permite dominar el mundo sin buscar comprenderlo. La
racionalidad científica.
Es
en este período cuando nos encontramos con el positivismo de Comte y su teoría de los tres estadios que nos
habla de una Historia vista como una línea recta y uniforme que representa el
progreso de la humanidad marcada por el desarrollo de la razón científica. El
comienzo de la línea será con las cotas más bajas de conocimiento representadas
por el hombre primitivo y seguirá avanzando pasando por las distintas etapas
hasta llegar a su fin en el otro extremo representado por el máximo desarrollo
de la razón y el intelecto representados por el hombre moderno.
Primer vídeo de una serie realizada por el canal de T.V. Arcoiris. Dedicado al pensamiento positivista y a su máximo exponente, A. Comte.
La racionalidad científica gozará de una posición antes jamás alcanzada por ningún otro saber. Adquiere un status casi divino ya que gracias a él podemos conocer el mundo y su funcionamiento. Lo cual, mejora nuestras vidas. Así es como la vieron en los SS.XVIII y XIX y así es como se estableció la relación entre racionalidad científica y las ideas de emancipación, libertad e incluso felicidad y humanidad. La Modernidad continúa y desarrolla la confianza ilustrada en la razón (Sapere aude) entendiendo que con la ciencia logramos el máximo desarrollo posible de nuestra humanitas[2].
Al igual que la
confianza depositada en el ámbito técnico la depositan en el político. Es la
época de los metarrelatos, es decir,
de los magnos relatos de la humanidad donde vemos cercana la conclusión de un
proceso cuya meta no es otra que la emancipación y la felicidad. Se han
cumplido los grandes planes ilustrados y lo han hecho con creces. Ejercemos la
libertad, la igualdad y la fraternidad (aunque sea a nivel superficial y sólo
en occidente) como jamás se había imaginado, ni siquiera en los planes más
optimistas, y no solo eso sino que además parece que este proceso aún no ha
llegado a su fin. Es normal entender que de este optimismo surjan profetas que auguren aún mayores logros
y con ellos el fin de la Historia entendida
como la llegada a un punto donde es imposible seguir avanzando puesto que se ha
logrado todo lo que se perseguía. Pero, como si de una moneda se tratase, este
gran plan tiene dos caras.
Surge
un problema fundamental, como decimos, en este plan utópico. El vaciamiento
existencial que sufrimos al dejarnos guiar por un tipo de conocimiento que
poco, o nada, puede decirnos sobre la vida. La ciencia puede explicarnos cómo
funciona nuestro sistema circulatorio, calcular la temperatura y la longevidad
del Sol pero no puede decirnos nada sobre cómo guiar nuestras vidas, qué reglas
seguir o porqué nos emocionamos al contemplar una obra de arte o al dar un beso
a nuestra pareja. Hemos confiado ciegamente en un tipo de saber que no está
capacitado para dar respuesta a las grandes preguntas que se plantea el ser
humano y no puede ofrecernos una orientación válida, ni ética ni política, en
nuestro quehacer diario. La ciencia ha generado un mundo perfectamente racional
y aséptico que carece de encanto y belleza. Un mundo en el que, pese a su
orden, el hombre se pierde y su existencia pierde sentido progresivamente.
Se presenta una
situación paradójica que no está carente de ironía y es que el humanismo que
pretendía ser el más alto de los modelos que se habían dado en la Historia, el más digno y más humano, se ha olvidado de la
humanidad. Asistimos a una época de frustración donde nos encontramos con una
sociedad individualista, perdida, desorientada y sin modelos a los que seguir.
Una época que cierra el S.XIX, que inaugura el S.XX y a la que podemos
denominar antihumanista.
Elias entiende
que esta situación viene producida por una mala idea y un peor tratamiento del
concepto de evolución social. Así
dice:
“Como quiera que
nadie se tomó el trabajo de diferenciar entre el pensamiento objetivo y el
pensamiento ideológico en cuanto al concepto de evolución, se asoció sin más
toda la esfera de problemas de los procesos sociales a largo plazo (en especial
los procesos evolutivos) con uno u otro de los sistemas de creencias del S.XIX,
en especial con la idea de que […] la evolución social es siempre, de modo
automático, una transformación en dirección de lo mejor, un cambio en la
dirección del progreso”[3]
El mundo tal y
como lo concebía la mentalidad decimonónica ha quedado atrás y los parámetros
que utilizaba para entender la realidad han sido destruidos y no operan en el pasado
S.XX. Ya no creemos que sigamos una línea hacia un futuro mejor, de hecho
dudamos de la existencia de este. Sentimos una orfandad completa en nuestra
existencia y se nos plantea un porvenir amenazador en el que no avistamos una
mejoría con respecto al pasado, ya de por sí desalentador. Un futuro al que no
podemos enfrentarnos de otra forma que no sea con suspicacia y recelo. La
esperanza ha sido sustituida por el miedo y el temor. Una época que será conocida como la posmodernidad.
Primer vídeo de una serie de cinco realizados por el Canal de Tv. Encuentros. Dedicados a conocer el pensamiento posmoderno; claves, orígenes y autores principales.
En
la próxima entrada analizaremos en profundidad este sentimiento de abandono y
destierro que sufre la humanidad en el S. XX y que aún hoy sentimos.
Blogger
dixit
[1]
Lo cual no quiere decir que el destino de la humanidad esté ya prefijado, tal y
como nos quiso hacer ver Marx y que sigamos la senda marcada previamente. Sino,
simplemente, que de todos los distintos derroteros que se podían haber tomado. Por
los pasos ya dados era necesario llegar a este punto. Así, si entramos en un
edificio con muchos pasillos podemos ir donde queramos. Somos libres de subir a
la primera, segunda o tercera planta. En cada una de ellas, a su vez, tenemos
distintas opciones como tomar un pasillo u otro o cruzar una puerta o no. No
obstante, si hemos tomado en la segunda planta, el primer pasillo de la izquierda, andamos en línea
recta y atravesamos algún pasillo más necesariamente llegaremos a una cocina, por
ejemplo., Si hubiéramos tomado otro lo hubiéramos hecho a un aula, etc
[2] No es difícil
concebir esta confianza en la razón, por parte de la humanidad decimonónica, al
vivir en una época marcada por grandes descubrimientos e inventos tales como el
electromagnetismo, la termoelectricidad, los rayos X, el motor de gasolina, la
fotografía, el teléfono, el cine, e incluso el código Morse, el sistema Braille
y la cremallera. Inventos y descubrimientos que mejoran nuestra calidad de
vida.
[3] ELIAS, N. El proceso de la civilización. Ed. F.C.E. Madrid, 1993, p.20.
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