En
la entrada anterior del blog, dedicada a Foucault, vimos las conclusiones a las
que llega el pensador francés tras realizar su estudio arqueológico sobre la Historia, y lo que ha
ocurrido con los conceptos claves que la sostienen. Nos ha dado una metodología
de investigación que consiste en fragmentar a esta en distintas épocas para
conocer la realidad y la mentalidad que imperaba en cada una de ellas. El
objetivo de este ejercicio descansaba sobre la idea que para poder entender el presente
hay que conocer el pasado. Así, si conocemos cuál ha sido la imagen que ha
tenido la humanidad de sí misma en cada momento podremos conocer cuál es la que
tiene en la actualidad. A esta forma de trabajar la denominará “arqueología del
saber”.
Con
esa intención nace la obra en la que centraremos el estudio de esta entrada (y
la anterior que sirvió como introducción a esta): Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Su
objetivo no es otro que el conocer la evolución que ha seguido la palabra
“humanidad” a través de las formas del saber que objetivan al sujeto y el
lenguaje que este emplea. Con el objeto de descubrir si aún hoy en día tiene
sentido el seguir usando dicho término ya que entiende que, tras los terribles
sucesos bélicos ocurridos en la primera mitad del S.XX y los nuevos descubrimientos
científicos, sobre todo en el ámbito de la genética, la idea de humanitas parece que progresivamente se
erosiona. Debilitándose, de ese modo, la idea que podamos tener sobre lo que sea
el ser humano. Se ha debilitado tanto que Foucault cree, como entendió
Heidegger en su obra Cartas sobre el
humanismo, que se ha agotado.-No
obstante, estos pensadores proponen soluciones distintas a esta cuestión ya que
el alemán buscará una nueva forma de humanismo “antihumanista” alternativa a la
existente ya que entiende que esta ha fracasado. A continuación veremos la
solución planteada por Foucault-
Para
Foucault, en el ámbito de la realidad existen dos planos que, en su relación,
conforman la mentalidad de una época determinada; El primero es el de las palabras, que será el del lenguaje. El
segundo es el de las cosas, el mundo
exterior. Estos dos marcan la episteme
de dicha época. Esta, como vimos en la entrada anterior, establece el discurso
y la mentalidad de la época y nos indica cómo nos las personas se relacionaban
con el mundo y lo conocían ya que conformaba su mentalidad y creencias -Al
igual que nuestra época tiene su propia episteme que nos marca y delimita
nuestra visión del mundo y la realidad-. Por este motivo, el francés, entiende
que es fundamental que si pretendemos conocer las claves de la episteme debamos
de analizar, por un lado, la metodología que hemos empleado para conocer la
realidad y, por otra, el lenguaje y el discurso que hemos usado para realizar
tal fin. Como la ciencia lo que hace es establecer discursos que buscan conocimientos
verdaderos sobre su objeto de estudio.
Entonces, la mejor forma de conocer al ser humano será saber qué decían sobre
este las distintas ciencias que lo estudiaban. Así, analizará en Las palabras y las cosas a la humanidad a
partir de lo que de ella digan saberes como: La filología, la psicología, la
biología, la sociología y la economía.
Foucault
le da tanta importancia al lenguaje, para comprender las claves que han marcado
a las distintas etapas históricas,
que dedicará la primera parte de su obra a tal fin. El objetivo de esta parte
es que comprendamos cómo pasamos de una episteme a otra gracias a los cambios
operados en nuestra mentalidad y comprender que estos han venido producidos por
las modificaciones que se han originado en el lenguaje con el paso del tiempo.
Como indica el propio autor en el prefacio de su obra:
“Tenemos la
fuerte impresión de un movimiento casi ininterrumpido de la ratio europea desde
el Renacimiento hasta nuestros días […] pero toda esta casi continuidad al
nivel de las ideas y de los temas es sólo, sin duda alguna un efecto
superficial; al nivel de la arqueología se ve que el sistema de positividades
ha cambiado de manera total al pasar del siglo XVIII al XIX. No se trata de que
la razón haya hecho progresos, sino de que el modo de ser de las cosas y el
orden que, al repartirlas, las ofrece al saber se ha alterado profundamente”
(FOUCAULT, M. Las palabras y las cosas. Siglo XXI.
Madrid, 2010, Pp.7-8)
Así, en El Renacimiento, nos dice el francés
que, la forma de conocimiento se basaba en las “semejanzas” y parecidos que
pudiéramos establecer entre la realidad y el lenguaje empleado. El mundo se
replegaba sobre sí mismo. Las figuras principales del conocimiento y lenguaje
que prescribían la semejanza eran: La conveniencia, la emulación, la analogía y la simpatía. El
saber que surge en esta época es el subjetivo ya que en la relación de
conocimiento sujeto-objeto imperará el sujeto y lo que el mundo sea para él. El
problema, entiende Foucault de esta forma de proceder, estriba en que nunca
podremos conocer sino la misma cosa una y otra vez. Es decir, no podremos
avanzar en el conocimiento. En el paso que va entre finales del S.XVI y
principios del S.XVII, momento que denominamos Barroco, y que en filosofía viene marcado por el racionalismo de
Descartes, nos encontramos con un cambio en las formas de conocer ya que cambia
el lenguaje que empleamos para referirnos a la realidad. El lenguaje ha dejado
de ser la prosa del mundo. Foucault ejemplifica el cambio de mentalidad con la
obra pictórica de Velázquez de Las
meninas y con la cervantina El
Quijote porque entiende que el lenguaje empleado en esta novela rompe la
relación de parentesco. En el S.XVII dominará el uso de la “distinción” al
introducir a la razón como único instrumento para conocer la realidad basándose
en los principios de orden y medida. La actividad del espíritu consistirá ahora
en discernir y el conocimiento que
surge es el objetivo donde se obvia en la relación de conocimiento la visión
del sujeto y su interpretación. En el S.XIX
se producirá otro cambio en el que recuperaremos al sujeto gracias a la
historia y lo entenderemos como sujeto
histórico que se encamina a una finalidad establecida por la idea de
progreso. Esta noción marcará profundamente la mentalidad del S.XX. Otro hito
de esta época moderna, para Foucault, será la aparición de las ciencias
denominadas “del espíritu” o “humanas” a las que dedicará la segunda parte de
su obra titulada “Las cosas”.
Foucault quiere hacernos entender que las
épocas, mencionadas anteriormente, son diferentes y usan distintos criterios
para determinar lo que sea la verdad.
Por tanto, no habrá una Verdad única y universal sino distintas verdades relativas y temporales. Así, cada
una de las distintas verdades será la
Verdad de una época
determinada y marcará el pensar y actuar de dicho período. Así, ideas como la de
verdad, conocimiento, ser humano o humanidad. Dejan de ser absolutos y se relativizan. Todos son
contingentes y nunca uno será mejor que otro. La episteme de cada momento
seguirá en vigor mientras muestre su utilidad. En el mismo instante en que deje
de hacerlo será necesario introducir una alternativa acorde con las nuevas
exigencias surgidas cambiando así nuevamente la imagen que tengamos del ser humano y del mundo. Como indicó al final de esta obra, el ser humano no es más que una huella en la arena de la playa.
Con esta entrada he querido aclarar la que, según Foucault, debe ser la misión del filósofo actual. Se debe convertir en
filósofo-arqueólogo y rastrear lo que hayan sido en cada momento histórico las verdades que han conformado las distintas cosmovisiones y, más concretamente, lo que sea la actual para conocer aquellos
elementos que son claves y fundamentales que nos permitan entender nuestra vida
y nuestro estar-en-el- mundo. Siempre siendo conscientes de la relatividad de
las afirmaciones a las que lleguemos puesto que ya sabemos que lo absoluto es
imposible. Por ello, pese a que su trabajo se centre en estudiar el pasado
realmente va dirigido a conocer el presente. Esa es la meta que persigue
Foucault con su
método arqueológico; desentrañar las claves del presente.
Blogger dixit
Curioso, una de mis utopías en la presencial era romper la inercia del pasado familiar,esa arqueología familiar que dicta que si tu padre es albañil en Medina tú tienes todas las papeletas para ser albañil.
ResponderEliminarSigue así.
Si algo nos enseña esta entrada es que todo es revisable y está sujeto al cambio. Por lo que esa "inercia familiar" dela quehablas se rompe ya que no es más que una faceta de la vida y, como tal, cambiante. Aunque la tradición social nos haya inclinado a pensar lo contrario. No obstante, habría que atender de un modo especial a los hij@s de notari@s y farmaceútic@s... ;)
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