Star Trek, tripulación original. |
3.- La aventura de la conjetura.
El ser humano es un animal
inconformista y curioso por naturaleza. Siempre ha querido ir más allá de su
espacio y su tiempo. Se ha preguntado por el qué habrá más allá de lo que él
conoce (no debemos olvidar los viajes de Ulises en La odisea de Homero) y por lo que ocurrirá mañana. Ha mirado a su
presente, y ha soñado con el futuro, con grandes y fantásticos inventos, con
revolucionarios descubrimientos que cambiasen la concepción que tenemos de
nosotros mismos, del mundo y de nuestra relación con este. Es evidente que no
podemos saber lo que ocurrirá en el futuro pero, como dijimos al principio, a nuestra
naturaleza corresponde la capacidad de proyectar y soñar, de hacer conjeturas
aventurando lo que está por venir. Así, los escritores de ciencia ficción son
los únicos que se han atrevido a describir el futuro, o al menos uno posible, arriesgándose
a salir de su época para ir a otra.
Así, hemos soñado con viajes en el tiempo,
tanto al pasado como al futuro, con viajes asombrosos ayudados de máquinas que
nos han permitido explorar las profundidades de los mares y los confines
últimos del universo estableciendo contacto, ya sea pacífico o bélico, con
otras civilizaciones. Hemos fantaseado, incluso, con la posibilidad de crear fórmulas
químicas y experimentos genéticos que alteren nuestra estructura genética de
tal modo que nos hemos hecho invisibles, convertido en monstruosas criaturas,
creado híbridos con otras especies animales o devuelto la vida a otras extintas.
Así nos lo han mostrado novelas como: La
máquina del tiempo (H. G. Wells), La
puerta del tiempo (R. A. Heilein), Rescate
en el tiempo (M. Crichton), Starship
troopers (R. A. Heinlein), La guerra
interminable (J. Haldeman), El
cálculo de Dios (R. J. Sawyer), El
Dr. Jeckill y Mr. Hyde (R. L. Stevenson), La isla del Dr. Moreau (H. G. Wells), Mutante (H. Kuttner) y Parque
Jurásico (M. Crichton), entre muchas otras.M. Crichton |
La
amplitud de la temática puede ser resumida en un único fin: dar respuestas, más
o menos veraces, a las cuestiones que nos han inquietado desde nuestro origen; ¿Quiénes somos? ¿Por qué somos? ¿Qué hay antes
y después de la vida? Estas han ido adquiriendo nuevas formas con el paso
del tiempo; ¿Cambiará en el futuro nuestra
relación con las máquinas?¿Serán ellas quienes nos dominen?¿Qué implicaciones
puede tener los nuevos descubrimientos en campos como la física teórica? ¿Hay
otros seres en el universo que se preguntan lo mismo?... Pero, como vemos,
pese a que la forma sea distinta la esencia es la misma.
4.- Utopía y distopía. Advertencias
de lo que está por venir.
El
método del que se valen los autores para dar respuesta a estas cuestiones es el
de escribir un relato guiado por la máxima “What
if…?” (en inglés: “¿Qué pasaría si…?”).
Relato que para plantear sus ideas describe una situación ficticia alternativa
a la existente, normalmente límite, en la que se intenta dar una nueva
definición de lo que es el ser humano a partir de las relaciones que establece
con el entorno en el que se encuentra situado. La intención última que les guía
es la crítica, ya que en el fondo de sus relatos descansa una actitud de disconformidad
y reproche con uno o varios elementos que conforman su presente. Pretenden que reflexionemos
y evaluemos el presente en el que vivimos para que tomemos conciencia de lo
peligroso que puede ser una irresponsable gestión de nuestros recursos sociales
y científicos si los dejamos bajo la dirección de políticos y economistas, ya
que esto nos puede llevar a situaciones de desesperanza y angustia en la que perdemos
la libertad y el control de nuestras existencias. Tratan que sus obras actúen
como señales de advertencia de un peligro antes de que sea demasiado tarde.
Según
el tono que adopte el relato (positivo o negativo), las obras podrán ser de dos
tipos: utópicas o distópicas[1].
Las primeras son aquellas que narran sociedades felices, plenas de excelencias
y virtudes, totalmente libres y que se desarrollan más allá de cualquier tipo
de conflictos y enfermedades. Las segundas, por el contrario, nos muestran el
lado más perverso del ser humano. Aquel que con su ciencia es capaz de generar la
mayor opresión dictatorial imaginada, dar lugar a guerras mundiales
interminables y producir extraños virus que asolen a la humanidad, o todo lo
dicho a la vez, sin mostrar siquiera señales de arrepentimiento. Estos opuestos
vienen determinados por la imagen que se tenga de la técnica en ese momento. De
ese modo, para las utópicas es una herramienta puesta a nuestro servicio que
facilitan, o desarrollan, nuestro trabajo. Es el summum del progreso humano y nos tenemos que sentir profundamente
orgullosos de ella. Para las segundas, en cambio, la técnica ha adquirido una entidad
propia a la que hemos dotado de un cariz mítico por todo lo que puede lograr.
La hemos deificado y por ello nuestra relación con ella se ha invertido. Ahora
somos nosotros los que estamos a su servicio y caprichos, somos sus siervos.
Los
autores del primer grupo (utópicos), apelando al espíritu crítico comentado,
nos muestran un (posible) futuro idílico y las claves para alcanzarlo desde el
presente. En inglés, y haciendo un juego de palabras, se trata de partir de un
“No-Where” (Ningún lugar) para llegar a un “Now-Here” (Aquí-Ahora). Los autores
más destacados son los renacentistas: T. Campanella con La ciudad del Sol, F. Bacon y su obra Nueva Atlántida y J. Harrington con
Oceana. En la modernidad destaca
el inglés E. Bellamy y su Mirando atrás y
en el pasado S.XX mencionar a B. F. Skinner con la obra Walden dos. El segundo grupo, el distópico, el que nos habla, si no
de la destrucción del hombre, sí del empeoramiento de su vida, es el más
numeroso. La lista puede ser, y es, interminable. Podemos destacar, entre
muchos otros: A. Huxley Un mundo feliz,
G. Orwell 1984, H. G. Wells La isla del Dr. Moreau, S. King Ojos de fuego, C. McCarthy La carretera y, al recientemente
fallecido (5-Junio-2012), R. Bradbury Farenheit 451.
Portada original de la obra de Campanella Ciudad del Sol |
Blogger dixit
[1] El término “utopía” etimológicamente viene del griego
y significa “en ningún lugar”. Es usado para la descripción de sociedades
ideales y fue empleado por vez primera en 1.516 por el pensador inglés Tomás
Moro al tomarlo como título para la que sería su obra más destacada. La
“distopía” (o “cacotopía”) surge como antónimo del primero. Fue creado por el
economista británico J. S. Mill al emplearlo en 1.868 en un discurso ante la “Cámara
de los comunes” en el que criticaba la política nacional irlandesa.
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