viernes, 19 de julio de 2013

¿Ciencia ficción o filosofía real? (II)



 Star Trek, tripulación original.


3.- La aventura de la conjetura.
El ser humano es un animal inconformista y curioso por naturaleza. Siempre ha querido ir más allá de su espacio y su tiempo. Se ha preguntado por el qué habrá más allá de lo que él conoce (no debemos olvidar los viajes de Ulises en La odisea de Homero) y por lo que ocurrirá mañana. Ha mirado a su presente, y ha soñado con el futuro, con grandes y fantásticos inventos, con revolucionarios descubrimientos que cambiasen la concepción que tenemos de nosotros mismos, del mundo y de nuestra relación con este. Es evidente que no podemos saber lo que ocurrirá en el futuro pero, como dijimos al principio, a nuestra naturaleza corresponde la capacidad de proyectar y soñar, de hacer conjeturas aventurando lo que está por venir. Así, los escritores de ciencia ficción son los únicos que se han atrevido a describir el futuro, o al menos uno posible, arriesgándose a salir de su época para ir a otra.
Así, hemos soñado con viajes en el tiempo, tanto al pasado como al futuro, con viajes asombrosos ayudados de máquinas que nos han permitido explorar las profundidades de los mares y los confines últimos del universo estableciendo contacto, ya sea pacífico o bélico, con otras civilizaciones. Hemos fantaseado, incluso, con la posibilidad de crear fórmulas químicas y experimentos genéticos que alteren nuestra estructura genética de tal modo que nos hemos hecho invisibles, convertido en monstruosas criaturas, creado híbridos con otras especies animales o devuelto la vida a otras extintas. Así nos lo han mostrado novelas como: La máquina del tiempo (H. G. Wells), La puerta del tiempo (R. A. Heilein), Rescate en el tiempo (M. Crichton), Starship troopers (R. A. Heinlein), La guerra interminable (J. Haldeman), El cálculo de Dios (R. J. Sawyer), El Dr. Jeckill y Mr. Hyde (R. L. Stevenson), La isla del Dr. Moreau (H. G. Wells), Mutante (H. Kuttner) y Parque Jurásico (M. Crichton), entre muchas otras.

M. Crichton

La amplitud de la temática puede ser resumida en un único fin: dar respuestas, más o menos veraces, a las cuestiones que nos han inquietado desde nuestro origen; ¿Quiénes somos? ¿Por qué somos? ¿Qué hay antes y después de la vida? Estas han ido adquiriendo nuevas formas con el paso del tiempo; ¿Cambiará en el futuro nuestra relación con las máquinas?¿Serán ellas quienes nos dominen?¿Qué implicaciones puede tener los nuevos descubrimientos en campos como la física teórica? ¿Hay otros seres en el universo que se preguntan lo mismo?... Pero, como vemos, pese a que la forma sea distinta la esencia es la misma.



4.- Utopía y distopía. Advertencias de lo que está por venir.
El método del que se valen los autores para dar respuesta a estas cuestiones es el de escribir un relato guiado por la máxima “What if…?” (en inglés: “¿Qué pasaría si…?”). Relato que para plantear sus ideas describe una situación ficticia alternativa a la existente, normalmente límite, en la que se intenta dar una nueva definición de lo que es el ser humano a partir de las relaciones que establece con el entorno en el que se encuentra situado. La intención última que les guía es la crítica, ya que en el fondo de sus relatos descansa una actitud de disconformidad y reproche con uno o varios elementos que conforman su presente. Pretenden que reflexionemos y evaluemos el presente en el que vivimos para que tomemos conciencia de lo peligroso que puede ser una irresponsable gestión de nuestros recursos sociales y científicos si los dejamos bajo la dirección de políticos y economistas, ya que esto nos puede llevar a situaciones de desesperanza y angustia en la que perdemos la libertad y el control de nuestras existencias. Tratan que sus obras actúen como señales de advertencia de un peligro antes de que sea demasiado tarde.
Según el tono que adopte el relato (positivo o negativo), las obras podrán ser de dos tipos: utópicas o distópicas[1]. Las primeras son aquellas que narran sociedades felices, plenas de excelencias y virtudes, totalmente libres y que se desarrollan más allá de cualquier tipo de conflictos y enfermedades. Las segundas, por el contrario, nos muestran el lado más perverso del ser humano. Aquel que con su ciencia es capaz de generar la mayor opresión dictatorial imaginada, dar lugar a guerras mundiales interminables y producir extraños virus que asolen a la humanidad, o todo lo dicho a la vez, sin mostrar siquiera señales de arrepentimiento. Estos opuestos vienen determinados por la imagen que se tenga de la técnica en ese momento. De ese modo, para las utópicas es una herramienta puesta a nuestro servicio que facilitan, o desarrollan, nuestro trabajo. Es el summum del progreso humano y nos tenemos que sentir profundamente orgullosos de ella. Para las segundas, en cambio, la técnica ha adquirido una entidad propia a la que hemos dotado de un cariz mítico por todo lo que puede lograr. La hemos deificado y por ello nuestra relación con ella se ha invertido. Ahora somos nosotros los que estamos a su servicio y caprichos, somos sus siervos.
Los autores del primer grupo (utópicos), apelando al espíritu crítico comentado, nos muestran un (posible) futuro idílico y las claves para alcanzarlo desde el presente. En inglés, y haciendo un juego de palabras, se trata de partir de un “No-Where” (Ningún lugar) para llegar a un “Now-Here” (Aquí-Ahora). Los autores más destacados son los renacentistas: T. Campanella con La ciudad del Sol, F. Bacon y su obra Nueva Atlántida y J. Harrington con  Oceana. En la modernidad destaca el inglés E. Bellamy y su Mirando atrás y en el pasado S.XX mencionar a B. F. Skinner con la obra Walden dos. El segundo grupo, el distópico, el que nos habla, si no de la destrucción del hombre, sí del empeoramiento de su vida, es el más numeroso. La lista puede ser, y es, interminable. Podemos destacar, entre muchos otros: A. Huxley Un mundo feliz, G. Orwell 1984, H. G. Wells La isla del Dr. Moreau, S. King Ojos de fuego, C. McCarthy La carretera y, al recientemente fallecido (5-Junio-2012), R. Bradbury Farenheit 451

Portada original de la obra de Campanella Ciudad del Sol
Blogger dixit


[1] El término “utopía” etimológicamente viene del griego y significa “en ningún lugar”. Es usado para la descripción de sociedades ideales y fue empleado por vez primera en 1.516 por el pensador inglés Tomás Moro al tomarlo como título para la que sería su obra más destacada. La “distopía” (o “cacotopía”) surge como antónimo del primero. Fue creado por el economista británico J. S. Mill al emplearlo en 1.868 en un discurso ante la “Cámara de los comunes” en el que criticaba la política nacional irlandesa.

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